El sábado 22 de enero próximo celebraremos la misa en acción de gracias por la beatificación de Rutilio Grande en la Iglesia de Portaceli, a las 18:00 y os invitamos a que nos acompañéis ese día.
Desde Claver SJM estamos animando a la participación de todos los socios y colaboradores, amigos y organizaciones, especialmente a la comunidad salvadoreña.
Daremos gracias por este jesuita que en vida hizo realidad el mensaje de la Iglesia plasmado en su doctrina social, que dice a todo ser humano (…) que la religión cristiana no tiene un sentido solamente vertical, espiritualista, olvidándose de la miseria que lo rodea. Es un mirar a Dios, y desde Dios mirar al prójimo como hermano y sentir que todo lo que hicieran a uno de estos a mí lo hacen.
Para conocer al P. Rutilio Grande SJ
El Padre Rutilio Grande SJ, nació en la Villa de El Paisnal, El Salvador, el 5 de julio de 1928. Fue admitido en la Compañía de Jesús en 1945. Hizo su noviciado en Venezuela, el juniorado en Ecuador, la etapa de magisterio en El Salvador y cursó la teología en España, siendo ordenado de presbítero en Oña (1959). Pasó una década de su vida apostólica como formador en el seminario de San José de la Montaña (encomendado a la Compañía) y luego como rector del centro educativo Externado de San José, ambos en San Salvador. Luego pasó cinco años como párroco de Aguilares.
Durante su ministerio parroquial promovió las comunidades eclesiales de base, formando y designando numerosos delegados de la Palabra (téngase en cuenta lo extensa de la demarcación parroquial, en zona rural con núcleos de población difícilmente accesibles). Esta organización eclesial fortalecía también la organización social del campesinado. Lo mismo que la importancia dada a los ministerios laicales desasosegaba a quienes mantenían posiciones más clericales en la Iglesia, suscitó un fortísimo rechazo entre los terratenientes. Durante un tiempo de creciente polarización política que desembocó en una guerra civil, el P. Grande denunció al gobierno por su hostigamiento de los sacerdotes más comprometidos en movimientos de liberación, lo cual le puso en el punto de mira.
El 13 de febrero de 1977 pronunció una homilía denunciando la expulsión por parte del gobierno salvadoreño del sacerdote colombiano Mario Bernal Londoño. Algunos feligreses señalaron que su asesinato fue decidido por el tenor de sus palabras de denuncia:
“No tenemos más que un Padre, y todos somos hijos… todos somos hermanos, todos somos iguales. Pero Caín es el engendro de los planes de Dios; y hay grupos de Caínes en este país”.
Lo mismo, por su elogio del compromiso liberador del P. Bernal:
Queridos hermanos y amigos, me doy perfecta cuenta que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán cruzar las fronteras. Solo nos llegarán las cubiertas, ya que todas las páginas son subversivas –contra el pecado, se entiende. De manera que, si Jesús cruza la frontera cerca de Chalatenango, no lo dejarán entrar. Le acusarían al Hombre-Dios, al prototipo del hombre, de agitador, de forastero judío, que confunde al pueblo con ideas exóticas y foráneas, ideas contra la democracia, esto es, contra las minorías. Ideas contra Dios, porque es un clan de Caínes. Hermanos, no hay duda de que lo volverían a crucificar. Y lo han proclamado.
El 12 de marzo de 1977 el P. Rutilio Grande se dirigía a El Paisnal a predicar la novena de San José. Viajaba en un jeep conducido por Nelson Rutilio Lemus (16 años), acompañado por Manuel Solórzano (72), ambos campesinos feligreses de su parroquia. Al pasar por unas plantaciones de caña, los escuadrones de la muerte los ametrallaron. De las 10 balas que atravesaron el cuerpo de Rutilio Grande, solo una no era mortal. Sus acompañantes fueron asesinados para que no hubiera testigos. Según alguna versión, viajaban en el Jeep algunos niños pequeños, a los que soltaron. Según otras versiones, volcó el auto. Las autoridades rehusaron ordenar la autopsia, que practicó un médico con experiencia en medicina legal por encargo de la Compañía de Jesús. En sus conclusiones, apuntó que los disparos habían partido de un mínimo de cinco puntos distintos, y que el arma utilizada era la metralleta usada por la policía. Desde el primer momento se sumaron otros indicios de implicación del gobierno: como el corte de las líneas telefónicas con el municipio de Aguilares, que no afectó a pueblos vecinos; o como las tempranas palabras de condolencia del presidente Molina al arzobispo Romero, cuando poquísima gente tenía noticia del asesinato.
Durante sus años de apostolado en San Salvador trabó una honda amistad con San Óscar Arnulfo Romero, de cuya ordenación episcopal fue maestro de ceremonias. Esta amistad provocó una honda conmoción en el arzobispo, hasta entonces más dubitativo sobre el tenor evangélico del compromiso eclesial por la liberación. Convencido del carácter martirial de la muerte del P. Rutilio Grande, San Óscar Romero decretó que su funeral sería la única eucaristía que se celebraría ese día en la archidiócesis, invitando a todos los sacerdotes a concelebrar: lo hicieron 150, así como participaron más de 100.000. Durante la homilía, San Óscar Romero hizo un llamamiento al cese de la violencia. El compromiso iniciado con ese funeral le llevaría también al martirio tres años más tarde.
Cabe ahondar en los rasgos de Rutilio Grande trazados por San Óscar Romero en la homilía de su funeral:
Monseñor Romero mostró gran pena por cada uno de sus sacerdotes asesinados; y en el caso de Rutilio, ese dolor caló más hondo por la amistad entrañable que había entre ellos. Las primeras palabras de su homilía son elocuentes en ese sentido:
Si fuera un funeral sencillo, hablaría aquí, queridos hermanos, de unas relaciones humanas y personales con el padre Rutilio Grande, a quien siento como un hermano. En momentos muy culminantes de mi vida, él estuvo muy cerca de mí y esos gestos jamás se olvidan; pero el momento no es para pensar en lo personal, sino para recoger de ese cadáver un mensaje para todos nosotros, que seguimos peregrinando.
Y en seguida el arzobispo explica cuál es ese mensaje, siguiendo las enseñanzas de la Exhortación apostólica de Pablo VI, Evangelii nuntiandi, un texto de suma importancia eclesial, porque en él se plantea cómo evangelizar considerando las problemáticas y desafíos del llamado mundo moderno. Pues bien, siguiendo el espíritu y letra de ese documento, San Óscar Romero recuerda que ante la angustia de los pueblos en condiciones de hambre y miseria, la Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, el deber de ayudar a que nazca esa liberación, de dar testimonio de ella y de hacer que sea total. Así, la Iglesia trata de suscitar que cada vez más cristianos se dediquen a la liberación de los demás. A estos cristianos “liberadores” les da una inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la que no solo deben prestar atención, sino ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla concretamente en categorías de acción, de participación y de compromiso. Rutilio, según Romero, representa un testimonio ejemplar de quien ha unificado, desde la fe cristiana, evangelización y liberación. Este es el marco para comprender su vida y su muerte.
En vida fue:
(…) un sacerdote, un cristiano que en su bautismo y en su ordenación sacerdotal ha hecho una profesión de fe: creo en Dios Padre revelado por Cristo su Hijo, que nos ama y que nos invita al amor. Creo en una Iglesia que es signo de esa presencia del amor de Dios en el mundo, donde los hombres se dan la mano y se encuentran como hermanos.
En vida hizo realidad el mensaje de la Iglesia plasmado en su doctrina social, que dice a todo ser humano
(…) que la religión cristiana no tiene un sentido solamente vertical, espiritualista, olvidándose de la miseria que lo rodea. Es un mirar a Dios, y desde Dios mirar al prójimo como hermano y sentir que todo lo que hicieran a uno de estos a mí lo hacen.
En su muerte:
Es significativo que mientras el padre Grande caminaba para su pueblo, a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos.
Hermanos, salvadoreños, cuando en estas encrucijadas de la patria parece que no hay solución y se quisieran buscar medios de violencia, yo les digo, hermanos: Bendito sea Dios que, en la muerte del padre Grande, la Iglesia está diciendo: Sí hay solución, la solución es el amor, la solución es la fe.
Monseñor Romero, pues, destaca el carácter liberador del modo de ser cristiano del padre Rutilio. Y lo hace para que, inspirados en ese amor y en esa fe del protomártir, podamos también ser cristianos liberadores. Esto es, creyentes proféticos, utópicos y comprometidos. Tres rasgos cuyos contenidos quedan planteados en una de las homilías más emblemáticas pronunciadas por el padre Grande en febrero de 1977. Terminamos recordando algunos fragmentos.
Profecía
Mucho me temo, mis queridos hermanos y amigos, que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán entrar por nuestras fronteras. Nos llegarán las pastas nada más, porque todas sus páginas son subversivas. ¡Subversivas contra el pecado, naturalmente! (…) Es ilegal ser cristiano auténtico en nuestro país. Porque el mundo que nos rodea está fundado radicalmente en un desorden establecido, ante el cual la mera proclamación del Evangelio es subversiva.
Utopía
Manteles largos, mesa común para todos, taburetes para todos. ¡Y Cristo en medio! Él, que no quitó la vida a nadie, sino que la ofreció por la más noble causa. Esto es lo que Él dijo: ¡Levanten la copa en el brindis del amor por mí! Recordando mi memoria, comprometiéndose en la construcción del Reino, que es la fraternidad de una mesa compartida, la eucaristía.
Compromiso
Hermanos míos, algunos quieren un dios de las nubes. No quieren a ese Jesús de Nazaret, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. Quieren un dios que no les interrogue, que les deje tranquilos en su establecimiento y que no les diga estas tremendas palabras: ‘Caín, ¿qué has hecho de tu hermano Abel’?
Este era el sentir del mártir Rutilio Grande. Que nuestro homenaje sea convertirnos en cristianos liberadores.